“FICCIÓN”
La historia de un viejo pescador que se enfrentó a la furia del mar, pero que tras su aventura, descubrió un platillo que logró dar identidad culinaria a todo un puerto.
ESCRITOR: FERNANDO ARRIAGA
Dedicada con todo el respeto y admiración a José Antonio Urbina, Donají Méndez, Roberto Piza Ríos “El Tamaku”, José Ángel Lara Magaña “El Ángel del Mar”, Oliverio Maciel (+), Mario Hernández Diego (+), a Ricardo Pineda y Jesús García Mendoza.
En una casa humilde de Zihuatanejo muy cercana al mar, un hombre de avanzada edad se levanta de su hamaca al asomarse los primeros rayos del sol.
Los gallos cantan, los pájaros se alegran por la nueva mañana, mientras que el viejo camina muy despacio hacia su cocina; Era un día muy especial para él, pues sus hijos lo visitarían con todos los nietos. Que emocionante despertar.
El toc toc de la puerta, lo alegró aún más. Eran ellos, sus visitantes que tanto esperaba.
Lo tenía todo planeado, pues del refrigerador sacó aquel fresco pescado que su color rojo y aromático lo hicieron suspirar y recordar sus años mozos.
En la mesa ya tenía una tabla con un cuchillo con filo, para comenzar la faena y preparar aquel platillo que tanto les gustaba a sus nietos. Las Tiritas de Pescado.
Con gran habilidad comenzó a cortar el filete, a rebanar la cebolla y los chiles habaneros, mientras que en una cubeta los limones se limpiaban flotando.
Los nietos corrían y gritaban por toda la casa; que mejor melodía para sus oídos.
En el patio estaba colgada su atarraya, trasmallos y una panga vieja que embellecían su humilde morada.
Las lágrimas y el quejar por lo fuerte de la cebolla llamaron la atención de uno de los nietos que por ahí pasaba. Al detenerse vió a su abuelo tallarse en los brazos la cara al mismo tiempo que decía “estas cebollas están buenas”.
No dudó en preguntar ¿qué pasaba?-mientras que su abuelo seguía cortando esa fuerte cebolla.
Le dijo no te preocupes mi niño, así pasa cuando uno prepara las Tiritas de Pescado.
Si tanto sufres porque las preparas?—además como es que puedes cortar si te falta parte de dos dedos de una mano? —-como es que sabes la receta de las tiritas? y dime que te pasó en la pantorrilla parece que te mordió un monstruo?.
El viejo le contestó que era una historia muy larga de contar— pero esta respuesta llamó la atención también de los hijos del viejo y de los demás nietos, quienes respondieron—queremos escucharla.
No, no, no créanme, es muy larga— no importa respondieron—mejor cómanse las tiritas ya están listas.
Queremos escucharla papá—-nos comemos las tiritas al tiempo que nos vas contando.
Convencieron al viejo, que arrimó la charola al centro de la mesa donde se acomodaron todos sus nietos y con galleta en mano, comenzaron a escuchar la leyenda, muy al estilo del viejo….
Con bellos amaneceres y con el agitado ritmo de las labores de los hombres del mar, a su llegada a la principal bahía de Zihuatanejo; así comienza esta historia.
Yo era un pescador de atarraya y panga. Todas las mañanas salía en busca del sustento familiar; de ese que olía a frescura y esperanza pura.
Durante décadas estuve acostumbrado a tener los tendederos llenos de pescado oreado, que a veces lo sacaba tarrayado en la bahía y otros más, me pegaba a la aventura con aquellos que salían a varias millas fuera del puerto en busca del pez vela o de perdida a los barriletes.
Mi mayor sueño como pescador era pelear con carrete en mano con un pez vela, pues siempre consideré que con caña los pescadores le llevaban mucha ventaja a este extraordinario pez.
¿Y cómo es el pez vela abuelito? Interrumpió uno de los nietos—Es una obra divina del creador, un pez estilizado, el más rápido del océano, tiene un pico en forma de espada que da batalla a quien se le ponga enfrente. Tiene una vestimenta hermosa, con una vela que surca las aguas marinas.
Una vela como los barcos? Atajó el otro nieto— pues hagan de cuenta; la utiliza para imprimir más velocidad y ferocidad a su cacería, siempre fue mi sueño este pez.
Lo expresaba con tanta emoción, que los nietos mostraban una sonrisa provocada por el imaginar del extraordinario pez.
¿Abuelo pero como es que nunca sacaste un pez vela, si dice mi papa que eras una leyenda de la pesca? Preguntó Adrián su nieto más grande de casi 12 años de edad.
Son meras exageraciones de tu padre, si fui pescador pero como los hay muchos en este puerto, tenía suerte de repente y a veces no… a veces no sacaba ni para remedio.
¿Pero quien dice que nunca saque un pez vela? ¡Claro que atrapé un pez vela!. Les dije que la historia era larga de contar.
Recuerdo bien que hace más de doce años, me fui a tarrayar a la bahía… De pronto sentí un dolor intenso en mi brazo derecho que me recorrió como brasa caliente. No era un calambre, si no, el cansancio de los años.
Se había llegado lo que más me temía—-era el momento de colgar la atarraya , de guardar las cuerdas, era mi retiro de la pesca, pues ya se me dificultaba hasta sacar la panga.
Así pasaron los meses y el viejo pescador del mar ya nada sabía. Ya no salía ni al muelle, solo acompañaba sus días con una guitarra prestada, cantándole a la vida.
Abuelo y las tiritas?—ahí hay hartas en la charola todavía —No abuelo, como es que te enteraste de las tiritas?.
Calma y nos amanecemos, todo lleva un porqué…
Un lunes recuerdo bien que era cumpleaños de su tío Ricardo, el que tiene su restaurante en la Isla de Ixtapa.
Ese día tu abuelita me jurjuneó la hamaca bien temprano y me dijo que me fuera al mercado a comprar algunas cosas porque pensaba hacer un pozole para celebrar al cumpleañero…levántate Toño anda ve hacer el mandado, deja de estar de preocupado—Caramba mujer que no ves que ni caminar ya puedo… si puedes párate, ahí nomás te estás haciendo más viejo, ahí está la lista de lo que vas a comprar y te apuras que estamos contra el tiempo— el tiempo es lo que me tiene así mujer.
El viejo pescador se paró, tomó una morrala y entre sus cosas vió aquella guitarra que meses antes le había prestado su compadre Gabriel, a quien por cierto no veía desde aquella última noche bohemia.
Pensó era la oportunidad de regresarla y de saludar a su amigo
Se puso sus huaraches y la camisa al hombro , y así fue como partió rumbo al mercado municipal.
Recorrí el mercado y saludé a todas esas señoras que tenían sus pescaderías y a quienes yo antes les surtía el pescado. Les llevaba desde lisas, pargos, robalos, huachinangos, cocineros, jureles hasta jaibas, almejas, callo de hacha, ostiones, lo que se me atravesará cordeleando, atarrayando o buceando a pulmón.
Les llamó la atención la guitarra que llevaba y me preguntaban que si de pescador había pasado a cantante ambulante. ¿Cómo está Don Toño, tiempo sin verle que dice la pesca? No me diga que viene a tocar aquí al mercado con esa guitarra para ganarse unos centavos?.
Y no era tan descabellada la idea de que pudiera convertirme en cantante ambulante pues me sabia varias canciones de los Ángeles Negros, Los Terrícolas, Pasteles Verdes y que decir los boleros y las de mariachi de Pedro Infante o Jorge Negrete; “No Volveré te lo juro por Dios que me miraaaa, te lo digo llorando de rabia , no volveré”.
Sin embargo la intención de llevar la guitarra, era de entregarla a mi compadre Gabriel.
Ese día era muy temprano y no me percaté que en las noticias, el puerto destacaba porque muy cercano a él se desarrollaba una tormenta, estábamos empezando el tiempo de lluvias y sería la primera de la temporada.
En unos de los pasillos de las pescaderías escuchaba reír a tres jóvenes que de pronto me miraban y curiosamente se me fueron acercando.
Hasta que se quitaron la pena y me preguntaron que si yo era el papa de Ricardo.
Les respondí que sí, continuando los jóvenes con más risas.
Lo que no sabía es que en ese momento se burlaban de Ricardo ya que en su restaurante de la Isla no se le paraban ni las moscas.
Pero me cayeron bien a simple vista. Ya entrados en la plática uno de ellos me dijo que me tenía mucha admiración porque la gente del puerto se expresaba de mí como una leyenda de la pesca.
Esas palabras me pavonearon, me sentí tan grande como la fuente del sol que tenemos. Vaya error comenzaba a tejerse.
De inmediato después de tanto adorno, llegó la invitación a pescar.
Por más pretexto que puse no pude resistirme, cuando los tres muchachos comentaron que me pagarían un extra si los acompañaba a pescar unas dos horas, que habían conseguido la lancha de uno de sus papas prestada y que solo querían echar una cerveza mientras intentaban enganchar algo de pesca.
¿Que podría pasar en dos horas?, me pregunté—sirve que me gano unos pesos, regreso al mar, que alcabo ya tengo todo comprado de la lista del pozole, y de paso como traen carro que me lleven a dejar la guitarra y luego a mi casa.
Era el plan perfecto. No podía fallar.
Pero en el trayecto del mercado a la laguna de las Salinas, en todas la estaciones de radio se escuchaba que el fenómeno meteorológico aumentaba sus probabilidades de intensificarse y se solicitaba a la ciudadanía estar atentos, por la posible llegada de vientos y lluvia. Pero en el carro no traían estéreo, por lo que el mensaje no pudieron escucharlo.
Vieran que difícil fue tratar de empujar la panga, ahora para subirme niños, fue toda una batalla entre que me dolía el brazo y la cadera, pero me subí; y también la morrala del mandado y la guitarra, pensando en que al último se arrepintieran de llevarme en carro a dejar las cosas.
Los jóvenes subieron una garrafa como de 50 litros de gasolina con su aceite y unos cuantos botes de agua, algunas cervezas, las cañas y un poco de carnada.
Desamarraron la lancha y fuimonos…
Me llamó la atención que en la orilla contraria debajo de los manglares, justo cuando arrancábamos, vi al buen Tamakun acostado como despertando de una buena siesta….
¿Abuelo, al señor que agarra los cocodrilos y no le hacen nada?—ese merito, aunque sí lo han llegado a morder varias veces.
Levante mi mano y le dije “nos vemos Tamakun” y solo me dijo “suerte mi niño”.
Y volvió a recostarse.
¿Y tenía algún animal Tamakun con él?—no lo alcance a mirar pero yo creo más bien Tamakun estaba cansado de espiar algún cocodrilo que quería atrapar y por eso estaba acostado en ese lugar.
Pasaron cercano al muelle, apenas iban dando la vuelta por el espigón de Puerto Mío, cuando de manera simultánea se acercó un oficial de la capitanía de puerto a colocar la bandera roja en el mástil, para decretar en ese momento la prohibición a toda embarcación a la navegación recreativa como a la pesca.
Ellos no pudieron notarlo, y tampoco el oficial pudo verlos.
Dimos la vuelta frente a playa Las Gatas y ya miraba la piedra solitaria, comencé a preparar la carnada en una tabla— vieran que lisotas tan grandes habían comprado estos jóvenes pescadores.
Tendimos las dos cañas que habían conseguido como a las 12 millas náuticas , eran unas cañas de buena marca eso sí, dentro de la lancha noté que había un carrete con cuerda gruesa con un anzuelo para tiburón, y una tabla de cuerda delgadita con un anzuelito como del número 13 o 14 y uno que otro plomillo.
Comenzábamos la aventura, el reloj ya marcaba las 7:10 de la mañana, era buena la hora para la pesca, a lo lejos veía la pajarada que era inalcanzable.
El cielo lo veía oscurecer de pronto y lo más relevante, no veía a ninguna embarcación pasar cercana. Pero el ánimo de nosotros estaba puesto en alcanzar la mancha de peces, creíamos pudieran ser los atunes oceánicos o los dorados.
Y no veían ninguna embarcación cercana porque el puerto había sido cerrado desde cuando ellos ya habían pasado Puerto Mío.
A las 8:30 de la mañana comenzaron los vientos y una ligera lluvia que se dejaba sentir en el puerto.
Justo a esa hora se escuchó el amarre del motor de la embarcación y comenzó a salir mucho humo.
De manera simultánea en tierra y tras la ligera lluvia, el Tamakun optó por irse a su casa.
Destapé el motor y le anduve buscando la falla, pero no se la pude encontrar.
Les dije a los muchachos que ya la pesca había valido sombrilla y que sacaran el radio para reportar a capitanía de puerto la falla y mandaran por nosotros.
Pero no traían nada como comunicarse, ni radio ni celulares…. uno de por si no traía, el otro lo dejo en el carro y el tercero lo traía pero descargado. Tal vez por eso no nos dimos cuenta de la alerta por la tormenta y de que habían cerrado el puerto.
Ahora a esperar a que pase una lancha y hacerle señas, de la pesca olvídense un rato mejor busquen como protegerse del sol en lo que nos ayudan.
¿Abuelo, y la lluvia?—comenzó a apretar, los fuertes vientos se dejaron sentir, fue cuando pensé que estábamos en serios problemas.
La corriente nos empezó a arrastrar a gran velocidad, todo se oscureció y la marejada comenzó a subir.
Llegó el momento en que ya no vi los Morros de la Barra de Potosí ni los cerros de Ixtapa, mientras que los jóvenes estaban vómito y vomito.
Fueron fácil cuatro horas de intensa lluvia y de estar sacando agua.
En tierra dicen en ese momento solo era una ligera lluvia, pero mar adentro se había soltado con todo.
Al igual que su abuelita que ya soltaba su furia con aquellas palabrotas porque ya me había tardado con el mandado y ya tenía puesta la lumbre donde cocía la cabeza de aquel marrano que sería parte del pozole para el cumpleañero Ricardo.
Transcurrieron las horas y la noche llegó.
Se llegó la noche niños y en la lancha, los jóvenes pescadores comenzaron a sincerarse.
¿Cómo a sincerarse?—si aquellos tres jóvenes no eran pescadores —eran trabajadores de la fibra de vidrio y se dedicaban a reparar lanchas; y la lancha que decían ser de uno de sus padres, resultó ser que la iban a pintar y a ponerle unos implementos de fibra vidrio, se las había dejado un empresario gasolinero de Zihuatanejo para que estuviera lista para después el utilizarla en su pasatiempo favorito que era la pesca. Y al igual que yo, habían salido a pescar por mera ocurrencia de uno de ellos y nadie sabía de qué andábamos en la mar. Excepto Tamakun, el sí sabía pero….
¿Pero qué abuelo?—resulta ser que Tamakun cuando iba a casa justo al salir de la laguna de Las Salinas, se encontró con varios pescadores en la tiendita de la esquina por donde están los negocios que venden anzuelos y todo para la pesca, y estos, comenzaron a engrandecerlo y a decirle que era muy valiente su labor, y Tamakun le paso a como a mí, así que se ancló en una silla y comenzó a platicarles sus historias más emocionantes en torno a la captura de enormes saurios, mientras que los oyentes, le mandaban cerveza tras cerveza, de esas como le gustaban: regaladas y como canilla de albañil.
¿Y en la casa , que pasaba con el cumpleaños de mi tío Ricardo?.—bueno pues la fiesta se había organizado, llegó su tío Ricardo con su esposa que por cierto andaba en las semanas para darte a luz a ti Adrián, y también sus demás tíos y mamas, niños. Claro que su abuelita andaba que echaba espuma de lo brava que andaba, es más, andaba tan brava esa mujer, que si le echabas las luces con un foco te daba las brasas…en ese momento me sentía más protegido yo perdido en el mar que cercano a ella. Al menos así lo pensaba.
Pero volviendo a la lancha y a la inmensa oscuridad, la desesperación se comenzaba a hacer presente en los jóvenes fibreros, que habían arrasado cuanta galleta, chuchería, y agua que habían llevado a la aventura.
Yo trataba de mantenerlos en calma, pero su inexperiencia les cobraría más tarde factura.
Amaneció aun con lluvia y viento, nuevamente nos tomaban las corrientes, yo no podía ubicarme. Esta vez fueron tres horas solamente y salió el sol con fuerza. Mientras que las calles y avenidas de Zihuatanejo eran un río, el temporal se había ido cercano a la costa.
El pensamiento de su abuelita también cambió; de creer que andaba de enamorado o de andar en la parranda, pasó a la preocupación.
Enseguida tomó su paraguas y se dirigió al mercado a preguntar si me habían visto–luego las locatarias le dijeron que un día antes sí, pero que fue muy temprano.
Que me habían visto comprar cebollas, tostadas, limones, chiles verdes y otras cosas más que para un pozole.
De ahí tomó rumbo a la casa de mi compadre Gabriel, pues sabía que le llevaría la guitarra la cual tenía un año que no se la entregaba luego de una bohemia que tuvimos en la casa.
¿Si les dije que me gustaba cantar de los Ángeles Negros, Los Terrícolas, Pasteles verdes, Pedro Infante y?…… si abuelo lo dijiste casi al principio de la historia, pero cuéntanos más… que paso con el pez vela, o las tiritas o tu cicatriz en la pantorrilla, no nos dices nada.
Voy para allá niños, les dije era larga la historia. Sí, no importa Abuelo sigue, te quedaste en que la abuela fue a ver al compadre Gabriel…
Bueno, se fue a la casa de mi compadre y le preguntó si de casualidad me había visto, pero mi compadre le dijo que tenía un año casi que no me veía, por lo que aprovechó para recordarle lo de la guitarra, lo cual le respondió la abuela que a eso supuestamente yo lo visitaría, pero que al parecer no pude llegar.
Mientras en la embarcación y tras casi dos días perdidos, las bocas secas comenzaban a evidenciarse. Que desesperación recuerdo yo, los tres jóvenes parecían leones enjaulados solo daban vueltas como locos de popa a proa. Y yo tratando de mantener la calma para ahorrar energía, a pesar de lo molestó que me encontraba por haber sido engañado de la manera más inocente por estos jóvenes, que me subieron al cielo con sus alabanzas y me hicieron creer aquel joven pescador de éxito y fuerza del cual ya no quedaba ni una pizca. Que desilusión, me hicieron creer que era yo una leyenda, pero las leyendas son eso, y en eso se quedarán.
Pasaron tres días más y el mal tiempo tanto en el mar y en el puerto había dado una tregua.
En Tierra aquella mujer preocupada con sus hijos buscaban al viejo pescador por todos los rincones del pueblo, menos en el mar.
De los familiares de los tres jóvenes fibreros poco se sabía, pues como acostumbraban a salir a Lázaro Cárdenas Michoacán o a Acapulco , a comprar material para reparar sus lanchas, era normal no verlos en tres a cuatro días.
Dios dame fuerzas le pedía en sollozos, tengo mucha sed y hambre.
Ver a esos jóvenes quemados en la cara por el sol y sus bocas partidas por la sed, me partían a mí el alma.
Que sufrimiento Dios Mío…estos jóvenes aventureros no merecen morir aquí, yo si por viejo, yo ya viví mucho tiempo, pero dame fuerzas, danos esperanza, te reconozco como mi salvador y te acepto como tal, perdóname si he pecado, me pongo en tus manos Dios Mío…
Parecía no escucharme, pues la crisis emocional comenzó a sentirse, los jóvenes discutían entre ellos, culpándose unos a otros de la mala aventura y de la situación en la que nos encontrábamos. Llegaron a los golpes dos de ellos, de tanta boruca y en su pelea tiraron por la borda las dos cañas, las únicas dos cañas que llevábamos. Los cuerpos de aquellos dos hombres salvajes cayeron sobre mi morrala. Ahí escuche el tronido de las tostadas, que seguramente se habían despedazado.
Como pude los separé y calmé, pero parecían no iban a entender. Así cumplimos otro día más en el océano, inmenso por cierto, pero hermoso, pues encontrábamos corrientes con un agua casi morada y un azul bello que cautiva cualquier mirada, en ellas muchas esponjitas y parecía de repente verse la arena.
Al quinto día, uno de ellos, el más tranquilo no soporto más y comenzó a vomitar, seguido de una intensa fiebre, a tal grado que podíamos freír lo que quisiéramos en su piel. Recuerdo bien fue su final…
¡No llores abuelo!—nunca creí ver a alguien agonizar por agua y comida frente a mí. Fue un momento terrible, pero con ver la mirada de los otros que en vez de sentir la muerte de su compañero con tristeza o resignación, me espanté. Pues clarito los vi con otra intención. Por lo que el cuerpo de aquel infortunado lo arrastré hasta a mí, y lo tape con un pedazo de lona.
Les dije que nadie se le acercaría y así transcurrieron las horas, hasta que luego de algunas oraciones, arrojé el cuerpo al mar el cual se quedó flotando como nosotros a la deriva.
Fue terrible, habíamos perdido al primero… al día siguiente uno de los dos fibreros , encontró entre los compartimentos una botella que contenía un poco de agua. Vaya error, el mostrarla de buena fé, pues el otro se le dejó ir con la intención de arrebatarle la botella. Hasta que lo aventó al agua, pero para su mala fortuna no sabía nadar, por lo que comenzó a ahogarse, mientras el agresivo sujeto saciaba su sed con un poquito de agua y se carcajeaba como loco.
Fue entonces cuando sin pensarlo me aventé por el joven que ya casi no respiraba. Yo sin fuerzas trataba de levantarlo, logré poner la mitad de su cuerpo al interior de la lancha y como pudo se metió a la embarcación.
De pronto… sentí un jalón sobre mi pie que me llevó varios metros hacia abajo.
El agua se tornó al mismo tiempo roja , abrí los ojos y pude ver la enorme silueta.
¿Qué te pasó abuelito, que fue lo que te jaló de la pierna?.
Fue un tiburón, niños…
¿Un tiburón? Wow ¿de qué tipo de tiburón?.
No lo sé, pudo haber sido un tigre o un toro o una cornuda o tintorera, no supe solo tuve que luchar por mi vida.
Dos veces intentó sumergirme nuevamente, pero le propine varios golpes con los pies en su cara, podía ver sus afilados dientes muy cerquita.
Dios fue grande en ese momento, el tiburón no tenía la intención de comerme, solo le llamó la atención el blanqueo de mis pies al estar pataleando en el agua, pues yo aseguro que ese tiburón media entre tres a cuatro metros, de haber querido pudo haberme tragado, pero solo me probó y encajó una leve mordida en la parte de atrás de mi canilla.
Por eso la cicatriz de tu pantorrilla derecha abuelo—así es Niños.
Como pude subí a la lancha ayudado por el joven que había salvado de morir ahogado.
De inmediato tapé mi herida y busque limones que traía en la morrala de la compra y exprimí algunos de ellos para parar el sangrado lo cual funcionó.
Fue cuando supe que si de por si el tiempo era factor importante para sobrevivir, en ese momento se aceleraba aún más en mi contra, pues esa herida podría infectarse.
Traté de mantener mi mente ocupada en otras aventuras, en otros recuerdos o creo caí en shock, no lo sé; mi mente viajaba en el tiempo como cuando conocí a Oliverio Maciel el Poseidón de Zihuatanejo, el mejor para el buceo en aquellos años y para mí de todos los tiempos. Un icono en el puerto.
A veces me le pegaba con tal de que me diera producto que lograba, pero por más que intentaba aguantar lo que el aguantaba la respiración nomás no podía.
Era un Dios del mar, un hombre de melena larga como león, su barba parecía hecha de arrecifes coralinos, era temible con su tridente en el mar.
Recordé que él un día me dijo que cuando un tiburón me estuviera atacando le diera con pies y manos en la nariz, yo creo este método funciono.
Lo raro es que yo a Oliverio nunca le vi alguna cicatriz ocasionada por un escualo que lo haya atacado; ¿cómo podía alguien decir que esta acción funcionaba si nunca lo había vivido?. Pero entendí que a él, también los animales marinos lo respetaban.
Recuerdo bien una aventura fuera del mar, justo en playa las Gatas, ahí fui a ver una novia que tenía, pero su papá de ella no me quería y un día me soltó los perros; de no ser por Oliverio me matan.
Le tomé más aprecio y admiración a ese hombre luego de eso, por poquito y no la cuento.
También pensaba en mi mujer Donají, una costeña de esas luchonas, defensora incansable de los derechos de la mujer que buscaba el respeto y reconocimiento por nuestra raza en todo el estado y el país. A veces le decía “mujer deja esas cosas, a los pobres nunca nos harán caso”. Y vaya que su lucha ha empoderado a nuestras mujeres en las costas. Buena maestra también, interesada en preparar jóvenes con una visión de respeto a nuestras raíces costeñas y pensaba mucho en el turismo.
Pero el dolor arreciaba, y el quejar de los dos sobrevivientes me alteraba y me sacaba de cada recuerdo que imaginaba. Me regresaban a la realidad en la que estaba.
Entonces, de re ojo mire el color de mi morrala, que era verde fosforescente.
Así que le arranque algunas fibras, y se las monté a un anzuelito en la cuerda delgadita que venía en una pequeña tabla. También le puse plomito.
Comencé a tirarla y halarla hasta que luego de unos minutos se pegó el primer cocinerito (pez cocinero).
Le siguió el segundo y el tercero, pero en el cuarto intento, una sierrita (pez sierra) acabó con mi curricán hechizo.
Inmediatamente los hambrientos jóvenes comenzaron a comerlos crudos y a toda prisa. Les dije que esperaran pero no me hacían caso.
Uno de los cocineritos aún vivo, lo enganché en el carrete de cuerda gruesa con el anzuelo tiburonero que traía y lo aventé sobre la corriente que nos arrastraba.
Era una corriente entre morada y azul, hermosa, un color que parecía el paraíso, o seria que tal vez estábamos cercano a él, pues no se veía esperanza alguna para nosotros.
Tardó media hora para que el carrete comenzara a brincar entre nosotros; algo grande lo jalaba, tomé el control de él y comencé a darle cuerda, hasta que luego de varios minutos le dí el jalón.
A casi doscientos metros de la lancha se vio algo negro, no lo podía detener. De repente el jalón era hacia abajo, pero luego corría a lo largo; estaba confundido, ¿acaso sería un atún? O un tiburón, no lo supe en ese momento.
Comencé la batalla con el misterioso pez, el jalaba desesperado y yo igual, ambos queríamos vivir.
El jalón era intenso, y en el carrete habría unos quinientos metros de cuerda yo calculaba. Me ponía la cuerda alrededor de la cintura y me sentaba para poderlo detener por momentos, pero el insistía en cuerda y cuerda.
Eso fue a las 11 de la mañana cuando lo ganché, se hicieron casi las 7 de la tarde y seguíamos peleando.
En la noche ya no pudo más mi mano y caí rendido.
Los fibreros me decían que reventara la cuerda, que no iba a poder más con él.
Por lo que amarré la cuerda en la argolla de la punta de la lancha y comenzamos a ser arrastrados ahora por el pez. Nos quedamos dormidos.
Al día siguiente nos despertó una ligera lluvia de escasos cinco minutos que fue suficiente para mojarnos los labios y el cuerpo.
Y recordé que teníamos ganchado un pez. Tome la cuerda y parecía cansado, se dejó enrollar varios metros, hasta que pude verlo con un gran salto que dió.
Dicen que los pescadores y cazadores somos exagerados para contar el tamaño de la presa lograda. Pero créanme, no había visto pez vela más grande en mi vida como el de ese día.
Pero no se iba a dejar atrapar tan fácil y continuamos la batalla, cara a cara, con carrete en mano, tal como lo había soñado. Aquí estábamos en condiciones iguales, nada de caña, con la pura piel y fuerzas de mis manos.
Brincó más cerca y continuaba retándome, aunque parecía cansado. Lo acerqué varias veces a la lancha pero él seguía brincando, negándose a convertirse en nuestra salvación.
Vi el anzuelo ganchado apenitas del inicio de su pico, temía que en otro salto más , se escapara.
Pero ya las fuerzas de ambos no daban para más, pero él aparentemente se rindió primero que yo; Y lo arrime a la lancha.
Tomé un trapo y lo sujeté del pico que era muy largo, en ese momento intentó escapar y me atravesó dos dedos; me demostró no iba ser tan fácil atraparlo. En la otra mano empalmé un pedazo de remo que serviría como ejecutor de ese precioso ejemplar, digno ganador de todos los torneos habidos y por haber de pez vela.
Lo medí bien, apunté directo a la cabeza, me miró fijamente a los ojos y lo mire también.
No lo pude matar, por el contrario, retiré el anzuelo que traía clavado y lo deje ir.
En ese momento recibí los reclamos airados de los dos sobrevivientes que con las quemaduras por el sol en sus rostros, se veían aún más desencajados.
Pero les dije que ese animal era como una señal de Dios… que lo había mandado a cumplir mi sueño en este mundo y que ahora yo podía morir en paz, que ya no podía más y que sin lugar a dudas sentí era mi fin.
¿Por eso lo de tus dedos verdad abuelo?—si por eso lo de estos dedos.
Afuera en tierra, Donají no paraba con la búsqueda. Nuevamente regresó al mercado al área de las pescaderías.
Era domingo muy de mañana. Ahí tenía la esperanza de volverlo a encontrar.
Pero al que se encontró fue al Tamakun por mera casualidad.
Tamakun andaba esa mañana con una tara arrastrando por todos los pasillos de las pescaderías, recolectando los desperdicios de pescado, que llevaría por la tarde a playa Linda para alimentar a los cocodrilos.
Era puente vacacional por lo que turismo habría en cantidad y claro para el muchas propinas al ofrecerles su show de domar cocodrilos.
Cuando su abuela preguntó nuevamente por mí a una comerciante, al Tarzán de Guerrero le llamó mucho la atención la plática y preguntó si se trataba de un servidor.
Por momento lo ignoraron, pero Tamakun dijo “yo lo vi hace varios días arriba de una lancha con tres jóvenes, creo iban a pescar, justo ese día que tuvimos la alerta de la tormenta, que por cierto, que guarapeta agarré en aquella tiendita”.
Inmediatamente cayó en cuentas su Abuela y fue a todas las estaciones de radio, a los periódicos, urgía que todos se enteraran que su esposo estaba desaparecido en altamar con tres jóvenes más.
Las publicaciones llamaron la atención de las autoridades, la noticia corrió como pólvora en todos los noticiarios locales, estatales y nacionales.
El alcalde, el gobernador y el presidente de la republica empezaron a moverse y a solicitar el apoyo de las cooperativas de pesca de los estados colindantes a Zihuatanejo.
Donají por su parte acudió a ver a José Ángel Lara Magaña mejor conocido en el puerto como “el Ángel del Mar “. En ese tiempo el presidente de la Republica lo había reconocido como el hombre con más rescates marinos en el país y el mundo. Además vivía en la misma colonia y me conocía porque fui amigo de su padre por muchos años.
Comenzó la búsqueda, tanto marítima como aérea, en ambas Donají como podía acompañaba. En el muelle muchas personas acudían a llevar flores o veladoras y a elevar oraciones para que nos encontraran, pero nada pasaba.
Ya en la lancha y casi cuando pardeaba la tarde, un pez volador me pegó en el rostro, seguido de otro y otro y otro…
Hasta que me levanté y vi como un cardumen de atunes venían persiguiendo a los peces voladores, nos pasaban por cientos de ellos, zumbando.
Hasta que un atún de unos treinta kilos en su embestida saltó para tomar un pez volador y cayó dentro de la lancha, así como algunos peces voladores.
¿Abuelo porque la suerte, porque precisamente por ese sitio pasó ese cardumen?.
Me creerías si les dijera que, el pez vela fue una prueba que me mandó Dios para ver mi fortaleza espiritual y humana, y que ese gran pez, era un milagro que más tarde se convertiría en una esperanza. Y que no era suerte lo que nos pasaba, era un milagro.
Tomé el atún, y comencé a filetearlo— A mí no me pasaba el pescado crudo, y recordé que en mi morrala había más limones por lo que exprimí encima de un pedazo de filete para cocerlo, sentí que no tenía sabor y lo que hice fue rebanarle cebolla de la morada que traía para el pozole y como a mí me gustaba todo con picante, le aventé unas rebanadas de chile verde y poquita sal.
Me supo a gloria, les compartí a los dos jóvenes y sintieron la chispa divina en sus reventados labios.
Finalmente probábamos comida y que comida.
Así seguimos hasta que se oscureció, pero ya preparábamos porciones más finas para poder pasarlo y degustarlo.
¿Así salieron lo que conocemos las tiritas de pescado Abuelo?—efectivamente.
Esa noche me motivó tanto el comer que tomé la guitarra y comencé a tocar algunas canciones.
Los inexpertos sobrevivientes me veían con rostro agonizante, pero por un momento confortados, pues ya habíamos comido algo.
Aunque aún deshidratado el viejo pescador, insistía en tratar de hacer olvidar un momento la angustia y la sed de sus acompañantes.
Les preguntó si querían saber porque él era una leyenda de la pesca en Zihuatanejo.
Tocaré mi vida en un poema, sí, mi vida…”y yo tengo mis motivos para no darme por muerto, tengo mil recuerdos vivos y mucho sueños despiertos. Gracias a Dios sigo vivo, aunque ya cuarrango y viejo, y mi principal motivo, eres tu Zihuatanejo”.
En ese momento como me imaginaba que pasaba un crucero de esos que coordinaba mi amigo Mario Hernández y que venía repleto de puras gringas guapas. Me reía de mi pensamiento y así me dormí.
Al amanecer, una voz se escuchaba muy lejana… “despierten, despierten, viejo despierten”.
Era El Ángel del Mar que los había encontrado. La alegría los invadió, el llanto era evidente de felicidad, tenían agua para hidratarse y algo que comer.
¿Estamos muertos ?— No, me respondió el Ángel del Mar—- no viejo están más vivos que nunca, tomen agua despacio, tranquilos ya estamos aquí.
Este paramédico te atenderá las heridas, ustedes tranquilos, ahorita los remolcamos a casa.
Tomó el celular el Ángel del Mar y me comunicó con Donají, quien en un mar de llanto me regañaba pero también me decía cuanto me quería.
Posteriormente pasé el teléfono a los dos sobrevivientes, pero lo más triste es que una familia no pudo hablar con un tercero, el cual no resistió y tuvimos que arrojar por la borda.
Recuerdo bien que caí en un sueño profundo al ser remolcados durante 8 horas; me despertaron los gritos de los pescadores que salieron a toparnos a la piedra solitaria. Eran más de 50 embarcaciones, que celebraban así nuestro rescate.
Al dar la vuelta frente a playa Las Gatas veíamos el muelle repleto de personas del pueblo, que felices esperaban nuestra llegada.
Al pisar el muelle, había reporteros de todo el país, todos querían la historia de primera mano.
El primero que nos recibió fue el presidente municipal y representantes del gobernador. Nos pusieron flores como estilo candidatos en campaña, no podíamos pasar entre tanta muestra de cariño.
Una ambulancia con varios doctores nos esperaban en la primera plancha, y ahí estaban nuestras familias, incluso la del tercero que se nos murió.
Vi a mi hermosa Donaji con mis hijos.
Pero también al sonriente Tamakun entre la multitud.
Duramos cinco días en el hospital General de Zihuatanejo, hasta que físicamente recuperamos fuerzas: y fue así que regresamos a nuestras casas.
Después de eso, soñaba casi a diario con el episodio amargo y triste que vivimos en esa aventura. Con el paso de los meses traté de hacer mi vida normal . Le enseñe la receta de las tiritas de pescado a su tío Ricardo y hoy por hoy es uno de los mejores restaurantes en la Isla de Ixtapa, gracias a este fácil platillo.
Uno de los sobrevivientes, montó también un restaurante en Playa Las Gatas, donde también ofreció como plato fuerte las Tiritas de pescado. Y esta receta comenzó a expandirse por toda la zona y región de la Costa Grande. Aunque actualmente le ponen habanero en vez de chile verde y las comen con totopos o galletas saladas, en fin, le han adaptado algunas variantes a este platillo, hasta pepino y cilantro le agregan, naranja, y hasta algunas salsas, pero no deja de ser una delicia.
Del otro sobreviviente supe que seguía en el negocio de la fibra de vidrio reparando embarcaciones y según se, perdió el gusto por la pesca, pero le va muy bien en su trabajo.
Como me gustaría que su Abuelita estuviera hoy aquí escuchando también esta aventura extraordinaria…
No llores abuelito… seguro ella te está bendiciendo desde el cielo y también a nosotros.
Después de llorar por unos minutos, el viejo Pescador, sonrió.
Y esa es mi historia niños…quien quiere más tiritas, para prepararles ahora unas de barrilete. ¡!!!Que viva el cumpleañero¡¡¡¡¡…
Así es como este viejo pescador se enfrentó a la furia del mar, pero nunca perdió la Esperanza.
Su valentía y su fé le dieron fortaleza en todo momento. Cumplió su sueño y un milagro inesperado, le hizo inventar un platillo que actualmente es el icono que da identidad a las playas de Ixtapa Zihuatanejo.
FIN…
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