Un arte que se asimiló como cultura y se volvió extremo, con el tiempo la cultura tradicionalista lo justificó a su manera, como un “Linaje Cultural” necesario e intemperante.
Las corridas de toros son un evento altamente polémico, ya que por un lado es artístico y cultural y, por el otro, es eufórico y sangriento. Conozcamos su historia desde sus raíces:
En el año 421 a. C. Narra la historia, que existieron dos libros citados en los diálogos de Platón, uno es Timeo y el otro es Critías; ambos hablan de la Atlántida y el segundo es más específico en su descripción de costumbres urbanas, donde cita un festejo, el cual consiste en un combate entre un hombre y un toro.
En la prehistoria paleolítica el hombre cazaba toros y este hecho lo registraron en las pinturas rupestres como un culto testimonial. Cierta raza de toros pudo ser domesticada a finales del periodo neolítico.
Desde nuestras raíces prehistóricas, el toro ha sido una imagen de una compleja y muy variada simbología. Las diferentes civilizaciones y culturas le rindieron culto a esta imagen, atribuyéndole lo simbólico en la fuerza, la virilidad, la fertilidad, la deidad protectora de los agricultores, etc.
A finales del Imperio Romano, existen noticias documentadas en papiro, donde cita la participación de toros en los espectáculos, cuya finalidad era ofrecer violencia gratuita. Julio Cesar introdujo los toros de Hispania para la fiesta de las “Veneraciones” que organizaba el Coliseo de Roma. Como dato curioso, en el libro de Oviedo, se narra la existencia de un gladiador llamado Karpóforo convertido en el primer matador de toros, describe que usaba una tela roja para llamar la atención del astado incitándolo a embestir y luego lo mataba armado con una espada y un escudo. A este tipo de luchadores los llamaban “Bestiami”.
En la Hispania Romana (Tarsis, hoy España) en el año 206 a. C. Llegó este culto a la península Ibérica, donde también existían anfiteatros y circos en todas sus provincias, la gente simpatizaba comúnmente con la fiesta de las veneraciones y, sobre todo, por el hecho entusiasta de que iba a haber toros.
Durante la formación de los Reinos Cristianos, el primer festejo taurino tuvo lugar en la ciudad de León, España, en el año de 815, aún bajo el dominio Árabe, aunque sus organizadores fueron cristianos. En 1080 se tiene una constancia del primer anuncio público de una corrida con motivo de la celebración de la boda del Infante Sancho de Estrada. También existe otro anuncio de una corrida en 1107 donde se celebra la boda de un tal Blasco Muñoz, en el pueblo de Varea (Logroño). En 1133 para la celebración de la coronación de Alfonso VII, hubo varias corridas de toros.
Desde el siglo XIII se encuentran documentos referentes a la fiesta llamada “correr a los toros”, donde ya comenzaba a volverse tradicional, tanto en bautizos, como en bodas, victorias de batallas, onomásticos, coronaciones, homenajes fúnebres y canonización de Santos y Patronos de los pueblos.
Este entretenimiento solía practicarse a caballo por los nobles del pueblo y los plebeyos o el “peladaje” a pie llano. Las crónicas hablan que a partir de 1619, en Madrid y en Valladolid se practicaban torneos de tipo medievales, los caballeros se enfrentaban entre sí y, más tarde, se soltaban toros que embestían furiosamente; éstos eran burlados por jinetes que luego los mataban con sus lanzas, mientras que la acción auxiliar que podían hacer los plebeyos, no merecía ninguna mención por parte de los cronistas oficiales.
Cabe mencionar que en todos estos espectáculos medievales se mataban toros, pero también se perdían muchas vidas humanas.
Un Arte que se asimiló como cultura y se volvió extremo, con el tiempo la cultura tradicionalista, lo justifico a su manera, como un “Linaje Cultural” necesario e intemperante.
En la Edad Moderna, se empezó a criticar este festejo sangriento por la gran cantidad de muertes humanas y estas muertes no eran causadas sólo por las embestidas de los toros, sino que el torear a caballo generaba peleas entre los jinetes que acababan clavándose las lanzas entre ellos mismos, así como las mortíferas avalanchas provocadas por los fanáticos para asistir y ver de cerca el nutrido espectáculo.
El Vaticano por medio del Papa Pio V, emitió un edicto llamado “Salutis Gregis Dominici” en el cual se prohibía el espectáculo taurino y lo calificó como “Cosa del Demonio” por la gran cantidad de muertos, heridos y lisiados resultado de esta fiesta y promulgó que se excomulgaría a cualquiera que asistiera al mismo. Pero el populacho hizo caso omiso de la Orden Papal. El Papa sucesor, Gregorio XIII consintió que siguieran las corridas de toros, ya que para el Rey Felipe II, este singular festejo era muy beneficioso para las arcas del reino.
En el año de 1700 llegó a España la dinastía borbónica, con el Rey Felipe V, procedente de un linaje más avanzado y refinado que el de los nobles castellanos. Criticó de inusual que la nobleza participara en este espectáculo cruel y de mal gusto para esta corte afrancesada, de esta manera los nobles abandonaron el toreo como una costumbre castiza y medieval, adoptando una postura totalmente aburguesada y refinada.
En su lugar, la plebe continuó la fiesta a su manera, dejando fuera a los caballos por ser muy costosos para estos participantes y de esta forma se configuró el toreo como hoy lo conocemos. La dinastía real trató de terminar con estas prácticas pero tuvo que ceder y permitirlas debido al fuerte arraigo de los aficionados españoles a las corridas de toros. Durante el reinado de Carlos III (1759- 1788) se construyeron muchas plazas de toros, tomando como base arquitectónica el anfiteatro romano. El cartel de toros más antiguo es de 1763 anunciando la inauguración de la temporada en Sevilla y en 1771, el primer torero famoso muerto por cornada de toro en la época moderna fue José Cándido.
Cabe mencionar que el inventor del toreo actual fue un empleado del matadero de Sevilla, cuyo nombre es Joaquín Rodríguez Costillares (1743 –1800). Organizó las cuadrillas de toreros, los tercios de la lidia, picador y banderilleros, el toreo de capa y la verónica, mejorando el uso de la muleta con la espada, inventó la estocada y el volapié, por último modificó el traje de torear.
El primer tratado de Tauromaquia fue escrito por José Delgado Guerra, en 1796, un discípulo de Costillares.
El siglo XIX fue el siglo taurino para España, los toreros famosos eran tratados como reyes y eran recibidos en las cortes reales con gran veneración. El rey Fernando VII, el último rey absolutista, cerró las universidades y abrió las escuelas de tauromaquia y ésta se promocionó como hoy la conocemos.
-Vamos a la plaza de toros, a ver el “Arte de Cuchares”-, expresión muy antigua y común en los aficionados taurinos, esta frase proviene de los años de 1840 –1860, donde el famoso diestro madrileño, Francisco Arjona Herrera, principal torero en las corridas de toros, solía deleitar al público con su peculiar, elegante y revolucionario toreo.
Durante los siglos XX y XXI surgieron grandes toreros tanto españoles como mexicanos y colombianos, como Belmonte, Pepe Hillo, Luis Manuel Dominguín, Gitanillo de Triana, Manuel Rodríguez “Manolete”, Santiago Martínez “El Viti”, Manuel Benítez “EL Cordobés”, Carlos Arruza, Manuel Capetillo, Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Conchita Citrón, etc.
Hoy en día, las corridas de toros siguen siendo un festejo tradicional, aplaudido y criticado a la vez.
Y por ende, la Tauromaquia es y será siempre un arte con diferentes lenguajes estéticos, literarios, pictóricos, musicales; todos ellos llenos de pasión y colorido excitante y, por el otro lado; un evento cruel, necesario e intemperante.
Por El Profe: Toño Castro
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