Dios nuestro Señor en sus inescrutables designios se valió de hechos tan comunes para que Petatlán fuera un lugar privilegiado donde, por medio de un signo, el amor del mismo Dios, el consuelo, de la salud y miles de milagros llegaron a cuantos acudieran con fe y devoción al único mediador, su hijo hecho hombre Jesús. Como sabemos los católicos el culto a nuestro señor es una cosa y la devoción a su imagen es otra, pues ésta es solamente una escultura. Los milagros no los hace la escultura como tal, si no Jesucristo nuestro señor, a través de la devoción de su imagen.
La imagen de nuestro Padre Jesús de Petatlán, Guerrero.
Por su estilo plástico y acabado artístico es con toda probabilidad de origen español, así lo afirma toda ella: Su Perfil espigado, sus Ojos penetrantes dulcemente tristes que ansiosos miran a quien está enfrente, su boca bien delineada como si empezara a musitar una frase de ayuda para poder llevar la cruz, mientras mano derecha se apoya en el suelo y la izquierda sostiene el madero, su larga barba rizada y partida en dos, los pómulos mostrando las magulladuras de golpes, la sangre bañándole la frente y caído con las rodillas en el piso sobre la vía dolorosa. Con cierta probabilidad podría colocarse la presencia de nuestro padres Jesús de Petatlán, en las proximidades del año de 1555, en que Fray Bautista fundara este pueblo, siguiéndose en esto la piadosa costumbre de los misioneros de la Nueva España de fundar Santuarios en los que se honraba de preferencia a Jesús en el misterio de su redención.
La tradición oral respecto al origen de la sagrada imagen de Padre Jesús cuenta que por el año de 1558, el pueblo de Petatlán, era visitado por alguno de los sacerdotes que estaban establecidos en Tecpan y Zacatula y que los petatlecos tenían un San Antonio de madera, viejo y maltrecho que por muchos años peregrinó de choza en choza por falta de una capilla que le fuera propia.
Un día estaba de visita uno de los señores curas y acordaron después de misa hace una colecta entre los feligreses para comprar una escultura del señor en vía dolorosa, cuando ya habían reunido lo que tenían, se lo dieron al sacerdote para que viajara a Puebla y adquiriera la imagen que supliera a su deteriorado San Antonio.
Y esa noche, cuando el sacerdote cerraba su breviario y se santiguaba musitando sus últimas preces para irse a dormir, hete aquí que se escucharon tres golpecillos en la puerta de la pequeña habitación que ocupaba. ¿Quién es? preguntó… y seguidamente se escucharon otros tres golpecillos, ¿Qué deseáis? dijo al mismo tiempo que abría la ventanilla que le servía de postigo para observar el exterior desde el interior de la pieza.
Y descubrió la figura de un hombre pobremente vestido, con la cabeza descubierta y calzado con ligeras sandalias que dejaban ver unos pies limpios, al igual que la blancura de su camisa y pantalón.
Moreno, de ojos grandes hermosamente tristes, y con una sonrisa agraciada que agraciaba más la rizada barba que caprichosamente la tenía dividida en dos partes.
De inmediato se dio cuenta el sacerdote que este hombre no era español y mucho menos de la raza indígena, seguidamente lo invitó a pasar.
Dígame usted padrecito, dijo el recién llegado, y agrego con dulce entonación: se que usted está en víspera de hacer un largo viaje a Puebla para adquirir una imagen de nuestro redentor en vía dolorosa. Yo he venido para evitarle tan fatigosa travesía, puedo hacerle aquí esa imagen y posiblemente mejor de lo que se ha imaginado. Soy escultor y no se preocupe por cuanto le va a costar la escultura, alcanzara con lo que reunieron sus feligreses, dentro de dos días uno de ellos le traerá la noticia del lugar donde podrá usted recoger la imagen.
El sacerdote despidió al escultor dando gracias al señor por tan singular visita y por el bien que consigo le había traído. El día siguiente era viernes de dolores, dentro de ocho días seria viernes Santo, y de eso se valió para decir a sus feligreses que había pospuesto su viaje porque creía prudente conmemorar dicha fecha con toda la solemnidad que mandaba la iglesia.
Temía el sacerdote haber sido víctima de lo fantástico, pues todo le parecía un hermoso sueño. Y así, en medio de la incertidumbre, llegó el Domingo de Ramos. Los oficios religiosos empezaron, y cuando el buen sacerdote se disponía a decir su homilía, abriendo paso entre la multitud, llego un nativo hasta donde estaba el padre, se arrodillo y le dijo con voz entre cortada por la fatiga:
Padrecito: por ahí esta Padre Jesús, igual como tú dices que es él, está cansado el pobre con su cruz al hombro, hace el esfuerzo de levantarse y seguir caminando pero no puede. Vamos Padre, vamos para que lo vea. Y guiados por el leñador el sacerdote y los peregrinos se dirigieron en tropel hacia el arroyo y ahí a la sombra de una gigantesca parota estaba la sagrada imagen.
El sacerdote cayó de rodillas, dio gracias al Señor porque lo suyo no había sido un sueño. Besó la frente del divino nazareno que con su mirada dulcemente triste parecía invitar a los creyentes a que lo ayudaran a llevar la cruz. Y entre llantos, cantos y plegarias lo condujeron a la pobre capilla que le habían levantado.
En la actualidad todavía existe el arroyo de la Imagen como fue bautizado desde entonces. Afirmándose entre la gente que llegó en alguna fragata española, y que las aguas del océano trajeron amorosamente hasta estos lugares la sagrada estátua que representa al redentor en una de sus tres caídas sobre la vía dolorosa.
La fiesta de Padre Jesús de Petatlán es el 6 de Agosto en donde acude un gran número de peregrinos a venerar la Imagen.
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