La entrevista había sido aplazada por falta de pericia del escribiente, pero ha sido un reclamo y un pedimento constante y justo, por parte de los amigos comunes y de las personas que saben de la bondad, la discreción y el cúmulo de hermosos sentimientos que guarda en su corazón… Mario Cortez Pineda, El Quijote Costeño, en todo su esplendor…
El encuentro fue en el Paseo del Pescador, en el mero corazón de este hermoso “Lugar de mujeres”, en una mañana soleada, romántica y hermosa y en sus nostalgias dejamos estas huellas de la vida.
“Miren ustedes, Zihuatanejo es mi cuna y mi nido más hermoso que pueda haber en la tierra, para vivir. Empezaré por decir que mis padres fueron Ranulfo Cortez Mendoza y Elia Pineda Reséndiz, los dos costeños de cepa. Y como antes se acostumbraba a tener muchos hijos, pues mi papá cumplió con esa costumbre, de su primer matrimonio tuvo a mis hermanos Jesús y Consuelo Cortez Espino, y con mi mamá tuvieron a María de la Cruz, Lilia, Mario, Ranulfo, Benjamín que ya no está con nosotros físicamente, Elia, Edith, Leticia, Armando y Rocío, todos bien guapos y humildes.
Y ahí sigue la casita rústica en que nacimos, en la calle Vicente Guerrero #17, con partera y todo; en ese tiempo era doña Rita, la que asistía a las mamás embarazadas y nos traía a la luz de la vida y lo más hermoso es que cuando ya teníamos uso de razón nos cargaba como si fuera nuestra mamá, muy buena persona la señora, con su conocimiento empírico e intuitivo para curar, porque entonces don Pancho Blanco tenía su ranchito y la señora ahí vivía, ahí tenía su consultorio, tenía una mesita con sus medicamentos y un catre, ¡y le llegaban picados de culebra, de alacrán, macheteados por todos lados, traían gente bajados de la sierra en hamacas! Y llegaban ahí con ella, los suturaba, ¡y salían vivos bien naturalitos y ca-mi-nan-do! ¡Quedaban bien!
Mientras, todos los chamacos jugando en el patio de don Pancho, que era el señor que domaba a las bestias de carga, en la calle, ahí y a un lado había una laguna, ahí los metía a bañar…
Ahora, adónde creen que estaban estas instalaciones naturales, pues enfrente de donde ahora está el hotel Savaró, en el mero corazón de Zihuatanejo, allí pasaba el agua del arroyo que venía de El Limón, a través de un canal natural, de donde estaba el campo aéreo, bajo una limonera de don Tacho Castro y que iba a dar a la laguna de Las Salinas.
La casa más lejana era la de don Pancho Jiménez, que pegaba con la de mi papá, que todavía existe y, ¡que son nuestros recuerdos más bonitos!
Todo eso era una huizachera bien tupida y en esos lugares andábamos matando cangrejos, que no se comían en ese tiempo, levantábamos caracoles, conchas, puesto que es laguna y con el tiempo se urbanizó… Se elevaron los niveles de los terrenos de aquellos años para construir el Zihuatanejo de hoy, tanto así, que después mi padre sembró 20 palmas, en donde nos subíamos como changos a cortar el coco y hacer la copra y luego hacíamos milpa, le poníamos sandía en medio, y yo, con mi visión de niño veía enorme esa tierrota llena de maíz, y miren, ahora es un terrenito.
En aquellos años había mucha leña y mi mamá, para ayudar a mi padre, compraba y vendía la leña a $6 pesos la carga; ahí se la descargaban y nosotros la teníamos que estibar, para después venderla: una, dos o tres rajas, o por carga, son recuerdos preciosos.
Fuimos vecinos de don Pedro Jiménez, del ranchito de don Pancho Blanco, de la huerta de don Tacho Castro, atrás estaba Enedina Reséndiz, familia de mi mamá y más allá una casita de otro señor Blanco, papá de mi compadre Guillermo, más una casita rústica de Pancho López, que fue uno de los primeros agentes de tránsito que llegó aquí.
Y aquí vamos a tejer fino, porque este señor formó, con todos los niños entre 10 y 12 años, una compañía de cultura vial, para todos los chamacos; éramos como unos 10 y él hacía unos banquitos de madera, como cuarterones pero más anchos, para ponernos en cada esquina y de ahí dirigir el flujo de carros, bien bonito, uniformados todos y bien disciplinados, entonces nos decía:
-¡’Ora te toca a ti!… ¡Ahora tú!… ¡Sigues tú!
Así crecimos con una cultura comunitaria. Y los papás nos enseñaban a respetar, con una mirada nos controlaban, si llegaba una visita, no nos podíamos meter en la plática, ni estar oyendo las pláticas de adultos.
Ahora miren, enfrente de doña Rita estaba un sesteadero, adonde toda la gente que venía a comprar dejaba sus burros, caballos y mulas, luego se iba a comprar a los “Abarrotes del Sur”, de don Nacho González, que era la tienda grande, a la vez que este señor tenía la bodega de la Superior, sobre las calles de Antonia Nava y Cuauhtémoc. Luego cargaban a sus bestias para regresarse, y allí convivíamos todos revueltos.
Así íbamos a las tortillas, atravesando las huertas, hasta llegar con don Saúl Meneses… Pasábamos sobre el caminito que había de la huerta de don Valente, luego entrábamos a la casa de Víctor Reyes, para salir a la casa de los Amaro y a la calle Antonia Nava, y ahí venimos de regreso, nos dejaban pasar porque nos conocíamos y nos estimábamos todos.
Mi papá dormía con la puerta abierta y escuchando la música de Piporro y otros corridos, en una consola que le regalaron, de ésas de madera que relumbraba. Y en cada pasada, bien que sabíamos de quién era la pisada del huarache, de la bota, de los zapatos o del chancleo… ¡Clap, clap, clap! O del trote o galope de cada bestia, en todos había una gran nobleza.
Nuestras amistades eran, por ejemplo: Cruz, Inés y Roberto Blanco, que venían del Posquelite con su mamá; los hijos de Mario Espino, mi padrino y la señora Lido. Quién sabe cómo estaba, ellos vivían separados pero yo no sé cómo tuvieron tantos hijos…
Mi papá siempre se echaba sus caguamas con Tomás Zúñiga y Aristeo Reyes, pero el lunes a trabajar bien tempranito… Pasaban con doña Rita Reséndiz y se tomaban una bebida que era un vaso con cerveza al que le ponían dos huevos y pa´dentro, era la famosa “polla”, ya de ahí se la seguían con tres o cuatro caguamas.
Así se llega el tiempo de asistir a nuestra inolvidable escuela “Vicente Guerrero”, con nuestros inolvidables profesores como Santiago Rueda Millán, alto, flacón y lacio, con el maestro Lupe García, un gran señor, que quise tanto que hasta 3 años reprobé con él y aunque me jalaba de los diablitos a mí no me interesaba la escuela, yo estaba en lo mío y él nos daba en uno de los pasillos del museo, luego me dejó 2 meses sin recreo, entonces aprovechaba para revisar las bolsas de mis compañeros, comerme una que otra frutita y que se va dando cuenta el profe, y ‘ora pa’ fuera, de los meros diablitos… Hasta veía estrellas.
Antes no había barda, estaba la cancha y el patio libre, pasábamos por lo que ahora es el centro del museo; luego me dio el maestro Lázaro 4º y 6º grado. La escuela estaba como a un metro sobre la laguna y el mar, entonces que hacen una losita para los baños, pegados a la laguna y órale, pa’rriba, de ahí nos encarrerábamos y nos aventábamos cuando el agua casi pegaba con el nivel de la escuela, y con un animalero en el agua, o una estaca clavada, varas y ya pasábamos al manglar a “tarzanear” y a estar brincando de rama en rama, terminabas raspado, cortado, bien meco, pero no había que quejarse… Entonces estaban unos volantines que los más grandes nos los ganaban, pero tenías que estar abusado, pues si te quedabas parado, venían los fierros colgados de atrás y te dejaban la cabeza llena de chipotes y descalabradas…
Y cuando nos veníamos a la escuela bien temprano, escuchábamos la voz de don Pancho Blanco:
-¡Chamacos, órale, tráiganse un vaso.
Y le daba tres jalones a las ubres de las vacas y un chorrazo de leche… -Búsquense un huevo de las gallina… Así nos íbamos bien nutridos a estudiar. Llegando a la escuela ya estaba un chocolatito caliente, de los desayunos escolares.
Así circulaba nuestra infancia en Zihuatanejo, en donde también recuerdo que cuando construyeron el museo, mi papá fue de los que lo edificaron, junto con el señor Patiño.
Pronto llegó el tiempo que le tuve que ayudar a mi padre en su trabajo, mientras él armaba la estructura de tubería para agua, yo me ponía a ranurar la pared que previamente me había marcado mediante una línea pintada con ladrillo; después tenía que calentar el soplete, lijar las partes a soldar y ponerle su engrasada, sobre todo recuerdo en el hotel “Catalina”.
Allá corría a dejar comida a mi padre y a sus amigos, de ahí me iba a La Pesquera, en donde mientras comían, veía cuando llegaban las camionetas de 3 toneladas cargadas de tortugas cazadas durante la noche, que llegaban rasadas, para hacer jamón, salchicha y enlatados del quelonio, y para apurarme, construí un carrito con un palo de escoba, latas y, no podía faltar, su bandera al frente; corre y corre, con la hermosa estampa y el recuerdo de este carro de juguete que todavía conservo y que mi mamá quiso tanto porque inmediatamente me decía:
-¡Vete a las tortillas, pero llévate el carro!
Pues sabía que con esta actividad me iría corre y corre, sin distraerme ni tardarme… y ya salía yo a bolear los zapatos, en especial a don Belisario Rodríguez y al maestro Lázaro que eran clientes fijos y seguros, a $1 el color negro y a $1.50 el blanco… ¡Ahí me armaba! Pues una paleta costaba 20 centavos.
Y mientras traía el cajón de la boleada, pasaba con mi tío Sebastián Guillén, que pronto me armaba con algunos periódicos para vender por el camino de lo que hoy es el Paseo del Pescador, porque frente a la Casa Arcadia, se ponían y paseaban muchos gringos, por lo que mi tío me decía,:
-¡Órale Mario, llévate los periódicos!… Tú sólo dile al gringo: ¡Mister, Newspaper!…
Y así caían unas monedas más. Y ya corría con mi tío Julio Pineda, frente a la playa, pues me apuraba a sacar, lavar y arreglar las almejas en su negocio, picaba la cebolla, el chile, a cocer la lapa, abrir los ostiones y lo que hubiera que hacer, para que cuando llegara mi pariente tuviera todo listo para guisar los mariscos; así me pagaba 10 pesotes de los de Morelos, de pura plata, y así, tiro por viaje. Quería ahorrar lo más que se pudiera. Además, cuando iba en 6º grado, recibí el reconocimiento del niño con más ahorro escolar.
Todas estas actividades eran porque con Víctor Hernández, hijo de don Daniel, éramos amigos inseparables, nos queríamos mucho, además él tenía una bicicleta y este juguete y medio de transporte ha sido y será por siempre el sueño más hermoso de todos los niños en todo el mundo. Y sí, logré juntar $600 pesos, pero las necesidades de la casa eran muchas y mejor se los di a mi madre para nuestro alimento diario.
Y llega el tiempo de la secundaria: hermoso, único, placentero, inolvidable. El maestro Zeferino Castellanos llega a impulsar el deporte siempre y entra al salón e inmediatamente a lo suyo:
-¡Good morning! Open your book, in the page twenty three!
¡Órale!… Pero inmediatamente recordé que yo vendía newspaper y ahí pues rápido. Good morning… Buenos días… Open… Abrir… Book… Libro… Page… Página… Veintitrés… ¡Ya estuvo! Bien empapado del english.
Luego convivíamos con el maestro René Nava, Jesús Escalante, Carlos Brito y mi inolvidable padrino: Ángel Tellechea, mi profe de carpintería, para que más adelante el destino me indicara que si pasé tres años en este taller y me mantuve 25 años siendo herrero.
Y la vida siguió su curso, a la par, inmediatamente pasé a ser portero de la selección, volaba de poste a poste y como se usaba el pelo largo, pues imagínense que lo traía a la afroooo. En el recuerdo que estaba Lev Yashín en el seleccionado de Rusia, a quien le apodaban ”La araña negra” porque siempre se vestía de negro y ahí pues rápido que me ponen de apodo “La mosca”, pero de que no pasaba la pelota, pues no pasaba.
Y mientras Salvador Valdovinos siempre era el mejor estudiante de la época, yo me integré a la banda de guerra con un tambor precioso. Hasta que mi papá me empezó a enseñar los primeros acordes de la guitarra y con Víctor empezamos a pulsarla con más empeño, ellos formaron un conjunto musical, en el que estaba mi hermano, y yo pegado, viendo, aprendiendo y disfrutando. Así tocábamos la guitarra con Víctor el “Día de la madre” y en el del maestro y cuando se ofreciera, los dos prietillos ahí, con “Cerca del mar”.
Ahí se formó un grupo inolvidable en la secundaria: “Zihua-74”, con Fausto Ruiz, Artemio Navarro, Salvador Lara “El Porry”, Patiño en la batería e Ignacio López de la Cruz, con canciones de Rigo Tovar y Chico “Che”…
Entonces los estrellas musicales del momento eran Carlos González y José Luis Cobo.
Y así, entre trabajos, estudios y paseos dentro del bello puerto fui cursando mi historia infantil y juvenil…
Y allá vamos los jóvenes zihuatanejenses para la normal de Arteaga, como Salvador, Manche, Salustia y José Chávez, pero qué creen, no me quedé. Todavía entraba en la reserva, pero ya no quise, ahí nos vemos; me fui para Guadalajara y luego para México; finalmente ingresé a la prepa 13, que empezó en la casa del maestro Chico Ortiz, era una casita de palapa, iba Memo Galeana, Tino Flores, Tinoco, Cristóbal Pérez Valenzuela que era locutor. Luego nos fuimos a un salón de la Eva Sámano, de las 4 a las 10 de la noche.
Y puse un taller de bicicletas en donde llegué a tener hasta 18 bicis, después de haber deseado con el alma tener una de chamaco; servían para alquilarlas a la comunidad, como es que se cruzan las historias, verdad.
De esta manera andaba del taller, al estudio y haciendo los pininos con guitarras, bajos, bocinas, poderes y a darle, nos acarreaban en un jeep, ahí íbamos equipo, chofer y músicos, en toda la costa.
Fue cuando Jorge Valdeolívar, dueño de El Balcón, me llamó para empezar a tocar en el Grupo Los Corsarios, entre Jorge, otro Jorge Recilla y yo. Luego vino La Leyenda, también de Jorge Valdeolívar y Víctor Hernández organizó a El Balumba.
Así llegó un gran amor, por lo que tuve que dejar el estudio e irme para Cuernavaca en donde cantaba y manejaba un camionsote público, el número 21, hasta que tuvimos que regresarnos.
Y empecé con la “Discoteque móvil Macorpi”, después por ahí fuimos comprando y consiguiendo equipo de sonido e instrumentos musicales, con unos sobrinos políticos de San Luis y ante una invitación para tocar en una fiestecita donde se casaba un primo, empezamos a tocar en una organización informal y nos presentamos todos temerosos en la Col. 20 de Noviembre, luego en Los Domingos Culturales y en cuanto baile saliera, más en cada 15 de septiembre, así nació Macorpi-20.
Una vez que me empleé con el Dr. Morales en su farmacia, que vendía de todo, pero de todo, aprendí de medicinas, a vender refacciones de bicicletas, cursos de la kodak, pedía y se ofrecían todo lo de deportes y hasta ya recetaba cosas sencillas… Siempre mi gratitud para el Dr. Morales, él mismo me llevó a ser programador y continuista de la Radio “Variedades”, donde fui aprendiendo de toda la música, a amarrar cables, conectar equipos y transmitir a control remoto y don Mario me trató a las mil maravillas, tanto que me dijo:
-Mario, ¿a ti pues qué te gusta?
-¡Mire don Mario, yo quisiera tener o un salón de baile, un billar-bar o un grupo musical!
-¡Ándale pues, nos vamos sobre el grupo, yo compro el equipo y ahí me lo vas pagando!
Y así nació el “Grupo Shark” que hizo historia y el cual guardo en el corazón por siempre.
Más adelante, ya con equipo comprado cuando hipotequé la casa de mi madre en $3000, ante la desaprobación de mi padre, se me ocurrió organizar otro grupo bajo la siguiente historia:
Una vez que nos decidimos a fundar nuestro propio conjunto musical, compramos equipo y nosotros mismos armamos los cajones para las bocinas, puesto que yo ya había sido carpintero, herrero, comerciante y lo que saliera y siempre le decía a la banda:
-¿No falta madera?… ¿No falta madera?… ¿No falta madera?
Y cuando ya teníamos todo, a juntar a los músicos entre los que aparecieron: Raúl Cadena como guitarrista, Saúl y Bulmaro Bello, Arturo Bravo, Benito Noguez Galarza, mi hermano y su servidor; entonces empieza la duda de cómo se iba a llamar nuestro conjunto musical, pues así: ¡Grupo Madera! El que más tarde, con las carambolas de la vida, yo lo fundé y en una aventura a los Estados Unidos, allá se quedó y con otro dueño, ¡ja, ja, jaa! Pero también ha sido inolvidable y grandioso haber participado con este grupazo.
Ya para nuestros tiempos, salió Macorpi-20, con el cual grabamos 8 discos muy bonitos y alegres, Macorpi y el Grupo Atados con otros poquitos y actualmente nos juntamos unos músicos que nos tenemos gran estima, primero y en recuerdo de nuestras raíces quise ponerle Grupo Milpa, luego Surco, pero finalmente nos decidimos por el Grupo Renoval, con el que pronto grabaremos nuestro primer disco y videos, lo demás siempre ha sido pura miel en penca”.
P. D. Mario no lo dice por su enorme sentido de la sencillez y la humildad, pero para eso estamos las personas y los amigos que lo estimamos y lo que le faltó decir es que tiene cientos de amigos que lo saludan por donde se pasea y trabaja, y que sus recuerdos son nuestro hermoso bagaje histórico en el bellísimo “lugar de mujeres”, que ha sido un hombre que ha regalado su corazón y su obra en recuerdo de sus padres, hermanos e hijos y que ha entregado el alma en pos de la vida cultural y artística de Zihuatanejo, que por los siglos de los siglos guardaremos en nuestra alma la hermosa amistad que nos hemos profesado y que sigue siendo un padre, un esposo, un hermano, un abuelo y un amigo maravilloso y entrañable, ha sabido ser un gran ser humano.
Así lo decimos, así lo escribimos y por siempre seremos el grupo de amigos del Renoval.
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